“Poner a la gente en el centro”: Ada Colau y la ciudad que respira

La entrevista con Ada Colau ocurre por la tarde, en un estudio donde el ruido queda afuera pero la ciudad late. Héctor Zamarrón abre la conversación con un agradecimiento: “Ada Colau aceptó acompañarnos esta tarde para hablar del urbanismo feminista, este concepto para reparar la ciudad que realmente necesitamos”. Ella responde con calma: “Un grandísimo placer”.

Colau lleva años hablando de ciudades, aunque antes lo hacía desde la calle, megáfono en mano. Su paso por la alcaldía de Barcelona fue el giro inesperado de una trayectoria que empezó en la defensa del derecho a la vivienda. “Era inusual que alguien como yo resultara electa”, recuerda. Pero hubo un momento de quiebre: el cansancio de vivir en urbes encarecidas, privatizadas y entregadas a la lógica del negocio. “Lo que pedía la gente era sencillo de decir pero difícil de aplicar: poner a las personas en el centro”.

Esa frase aparece varias veces mientras cuenta cómo recibieron una ciudad donde la vivienda era mercancía, el espacio público también, y la especulación tenía más derechos que quienes habían vivido allí toda la vida. Barcelona no era la única. “Todas las grandes ciudades han vivido dinámicas parecidas”, dice. “Décadas de neoliberalismo donde bienes de primera necesidad se privatizaron”.

La prueba del “es imposible”

Cuando era activista, los técnicos municipales le repetían que ciertas cosas no se podían hacer: vivienda cooperativa, vivienda pública de calidad arquitectónica, atención digna a personas sin hogar. “Nos decían que no había nada que hacer, que no teníamos competencias”. Ocho años después, Barcelona suma más de mil departamentos cooperativos y proyectos de vivienda social construidos en zonas céntricas, con luz, con árboles. “No queremos guetos; queremos una ciudad mixta, una ciudad que respire”.

La idea es sencilla: vivir cerca de donde se trabaja, no perder horas en trayectos, no cargar sobre las espaldas de la gente los costos de una ciudad mal diseñada. En la entrevista, Zamarrón lo resume como “la sociedad del automóvil”. Colau coincide. Lo vio de cerca.

La ciudad de las supermanzanas

Barcelona, encajonada entre el mar y la montaña, recibe cada día miles de coches. Durante su administración, Colau y su equipo tomaron una decisión que parecía impensable: reducir su presencia. “Dijimos: No. Hay que reforzar el transporte público y los carriles bici”. Y lo hicieron. Doblaron la infraestructura ciclista, bajaron tarifas, ampliaron rutas.

Solo después vino lo otro: sacar autos y recuperar las calles. “Cuando lo haces, no solo baja la contaminación. Aparecen espacios que se llenan de vida”. Vecinos que sacan mesas, niños que juegan sin miedo, personas mayores que ya no se quedan encerradas. Esos pedazos de barrio empezaron a conocerse como supermanzanas y luego como superillas. Y detrás del concepto estaba la misma idea que ha guiado sus discursos recientes: la ciudad como lugar para estar, no para sobrevivir.

El turismo y la ciudad que se vacía

Zamarrón le recuerda que Barcelona vivió antes lo que hoy angustia a la Ciudad de México: Airbnb, nómadas digitales, barrios que pierden a su población de toda la vida. Colau asiente. “Animo a ser contundentes”, dice, y suelta una frase que suena a advertencia y a manual de urgencia. Ellos encontraron miles de apartamentos turísticos ilegales y un sector acostumbrado a operar sin límites. “Hacían un negocio enorme, pero a costa de subir el precio de la vivienda y desnaturalizar la ciudad”.

La respuesta fue un plan para detener la expansión de los alojamientos turísticos y cerrar los ilegales. La reacción fue inmediata: los llamaron intervencionistas, comunistas, cualquier etiqueta útil para frenar el cambio. Años después, dice, el propio sector turístico los pone como ejemplo. “Este problema es global. Los grandes fondos de inversión están haciendo beneficios estratosféricos a costa de nuestras ciudades”.

La resistencia jurídica

Las superillas, la vivienda pública, la regulación turística: todo generó litigios. Colau habla entonces de “lawfare”, ese mecanismo donde ciertas élites recurren a los tribunales para defender privilegios. “Fue una ofensiva muy dura, nunca vista”, dice. Las querellas fueron archivadas, pero lo que más recuerda es otra cosa: “La justicia poética la hizo la ciudadanía”. Hubo un caso donde un juez conservador obligó a revertir parte de un proyecto. Los vecinos protestaron tanto que el propio denunciante pidió retirar la demanda. “Esa es la mejor victoria: cuando la conquista es de la gente”.

Las calles desde los ojos de las mujeres

Zamarrón pregunta por el urbanismo feminista, eje de su visita a México. Colau lo explica sin teoría ni slogans. Habla de caminar los barrios junto a mujeres que viven y cuidan ahí: ver dónde falta luz, dónde hay una banqueta imposible con un carrito, dónde se sienten inseguras. “Ese microurbanismo genera un salto enorme en calidad de vida porque se diseña desde la experiencia cotidiana”.

Lo repite con naturalidad: la ciudad se planeó durante años pensando en un hombre blanco que conduce a la oficina. Ese modelo no representa a la mayoría.

Lo que México puede hacer

Le preguntan qué les diría a las autoridades mexicanas que temen cambiar cosas. “La buena política no es mantener inercias”, responde. Y luego menciona algo que ha dicho varias veces durante su visita: ve motivos para la esperanza. Conoce a Clara Brugada y su trabajo en Iztapalapa, conoce a parte del equipo entrante. “Lo importante es recordar que antes que Airbnb están las personas; antes que los especuladores están las personas”.

Un cierre agradecido

Al final, Colau deja un mensaje más personal. Agradece la hospitalidad. Dice que caminar por la Ciudad de México y ver su diversidad la hace sentir en casa. “Y todo el mundo es extremadamente amable”, añade.

Zamarrón cierra la entrevista con un deseo: que su visita inspire a la audiencia. Ella sonríe. “Muchísimas gracias”.