¿Quién dijo aquello de que las bicicletas eran para el verano? ¿Es el título de una película? Como sea, estas imágenes de Bill Cunningham para el New York Times son una verdadera prueba de que así es. Esto a pesar de que colegas que viven en Nueva York piensen aún que es una locura subirse a la bici. Habrá que ver qué piensan después de ver estas fotos.
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Nueva York (Agencias)-. Hay una nueva manera de medir el progreso de las ciudades: contando las
bicicletas. En Nueva York son ya 200 mil los ciclistas urbanos que un día
cualquiera atraviesan el puente de Brooklyn, dan la vuelta a Manhattan o
avanzan por los 650 kilómetros de carriles-bici que surcan la ciudad. En
Madrid, mientras, seguimos contando con la mano a los intrépidos que deciden
adentrarse en la marabunta motorizada o que se consuelan con los 62
escuálidos kilómetros de carriles-bici (los colistas europeos, y a poca
honra).
Podríamos haber elegido como ejemplo Barcelona, San Sebastián o Sevilla,
tres ciudades que se han subido a todo tren al carro de las dos ruedas. Pero
elegimos Nueva York por lo que tiene de poderosa referencia urbana: lo que
es posible aquí, es posible en cualquier otra gran ciudad del mundo (y quien
intente justificar el retraso de Madrid por las cuestas y los repechos, que
se vaya a San Francisco y cuente las bicicletas).
Nueva York ha despedido el verano con la tercera y última orgía ciclista a
lo largo de Park Avenue: una serpiente multicolor que llegó a extenderse
durante varias horas a lo largo de noventa calles, apurando hasta el último
minuto de "libertad" provisional en la jungla de asfalto.
"¡Faltan diez minutos para que vuelva el tráfico!", advertían por megafonía.
Y las bicicletas se echaron a un lado para dar paso al monstruo rugiente,
aunque la ciudad quedó ya poseída por ese pelotón cada vez más visible que
avanza impetuosamente hacia el otoño (el uso de la bici ha aumentado un 35%
en el último año).
"Montar en bicicleta nos devuelve el alma de niño y a la vez nos restituye
la capacidad de jugar y el sentido de lo real", escribe el antropólogo
francés Marc Augé en 'Elogio de la bicicleta', de recomendadísima lectura
más allá del verano. La bicicleta, según Augé, es "el símbolo de un futuro
ecológico para la ciudad del mañana y de una utopía urbana que acabará
reconciliando a la sociedad consigo misma".
El libelo visionario de Augé coincide aquí con la publicación de 'The
Cyclist Manifesto', de Robert Hurst, y con el estreno inminente de 'No
Impact Man', del que hablaremos a fondo en otra ocasión.
Está cada vez más claro que el futuro de las ciudades está en las dos
ruedas, y va siendo hora de que Madrid aproveche su gran ventaja en el
transporte público para allanar el camino a las bicicletas y levantar de una
vez barreras a los coches. Desde aquí hacemos un lejano llamamiento a los
sufridos madrileños para que se sumen a la bici crítica y apoyen la labor de
grupos como Pedalibre o asociaciones como Madrid Probici para avanzar
silenciosamente y sin humos hacia esa utopía urbana que queda a la vuelta de
la esquina.
bicicletas. En Nueva York son ya 200 mil los ciclistas urbanos que un día
cualquiera atraviesan el puente de Brooklyn, dan la vuelta a Manhattan o
avanzan por los 650 kilómetros de carriles-bici que surcan la ciudad. En
Madrid, mientras, seguimos contando con la mano a los intrépidos que deciden
adentrarse en la marabunta motorizada o que se consuelan con los 62
escuálidos kilómetros de carriles-bici (los colistas europeos, y a poca
honra).
Podríamos haber elegido como ejemplo Barcelona, San Sebastián o Sevilla,
tres ciudades que se han subido a todo tren al carro de las dos ruedas. Pero
elegimos Nueva York por lo que tiene de poderosa referencia urbana: lo que
es posible aquí, es posible en cualquier otra gran ciudad del mundo (y quien
intente justificar el retraso de Madrid por las cuestas y los repechos, que
se vaya a San Francisco y cuente las bicicletas).
Nueva York ha despedido el verano con la tercera y última orgía ciclista a
lo largo de Park Avenue: una serpiente multicolor que llegó a extenderse
durante varias horas a lo largo de noventa calles, apurando hasta el último
minuto de "libertad" provisional en la jungla de asfalto.
"¡Faltan diez minutos para que vuelva el tráfico!", advertían por megafonía.
Y las bicicletas se echaron a un lado para dar paso al monstruo rugiente,
aunque la ciudad quedó ya poseída por ese pelotón cada vez más visible que
avanza impetuosamente hacia el otoño (el uso de la bici ha aumentado un 35%
en el último año).
"Montar en bicicleta nos devuelve el alma de niño y a la vez nos restituye
la capacidad de jugar y el sentido de lo real", escribe el antropólogo
francés Marc Augé en 'Elogio de la bicicleta', de recomendadísima lectura
más allá del verano. La bicicleta, según Augé, es "el símbolo de un futuro
ecológico para la ciudad del mañana y de una utopía urbana que acabará
reconciliando a la sociedad consigo misma".
El libelo visionario de Augé coincide aquí con la publicación de 'The
Cyclist Manifesto', de Robert Hurst, y con el estreno inminente de 'No
Impact Man', del que hablaremos a fondo en otra ocasión.
Está cada vez más claro que el futuro de las ciudades está en las dos
ruedas, y va siendo hora de que Madrid aproveche su gran ventaja en el
transporte público para allanar el camino a las bicicletas y levantar de una
vez barreras a los coches. Desde aquí hacemos un lejano llamamiento a los
sufridos madrileños para que se sumen a la bici crítica y apoyen la labor de
grupos como Pedalibre o asociaciones como Madrid Probici para avanzar
silenciosamente y sin humos hacia esa utopía urbana que queda a la vuelta de
la esquina.
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