Tabasco y sus segundos pisos

Villahermosa es una metrópoli que no para de crecer, de hecho con sus 2.3 millones de habitantes es una de las 50 ciudades mexicanas con una población superior a un millón de personas.
Ahí,  en Tabasco, el presidente inauguró el bulevar y distribuidor vial "La Pigua", para conectar el centro urbano de Villahermosa con su zona metropolitana.
Costó mil millones de pesos y consistió en ampliar de 4 a 8 carriles esa avenida, a lo largo de 1.7 kilómetros y con nueve gazas elevadas que en conjunto suman más de 5 kilómetros de concreto.
Es uno de los 50 distribuidores viales (como les llaman a esos segundos pisos) que se construirán en este sexenio.
En agosto, se inauguró el distribuidor vial Ignacio Pichardo Pagaza, en San Mateo, con dos puentes vehiculares a la altura del aeropuerto mexiquense.
En Ixapaluca, en la salida de la capital del país hacia Puebla, se inauguró otro enorme distribuidor formado por 21 ejes, de los cuales cinco corresponden a viaductos elevados con una longitud de 3,5 km. En puebla, se construye un segundo piso de 13 kilómetros de extensión y con un costo de 10 mil millones de pesos.
El argumento es que mejorarán la circulación vehicular y la comunicación. ¿Y quién decide que estas son las mejores soluciones contra la congestión de nuestras ciudades? Cuando la experiencia internacional demuestra lo contrario.
¿Por qué no hay una inversión similar en transporte público?
El distribuidor vial de Villahermosa costó lo mismo que el Tuzobús en Hidalgo, una obra que beneficia a decenas de miles más de pasajeros que no utilizan automóvil.

Con lo invertido en Ixtapaluca se había hecho otro Vivabús, por ejemplo, los nuevos autobuses rápidos que cruzan Chihuahua. Es hora entonces de invertir las prioridades, de cuestionar las decisiones de quienes administran pensando en inundar de concreto y asfalto nuestras ciudades en vez de hacerlo en transporte púbico.

Ingeniería vial y movilidad

Durante muchos años maldije y me quejé de los agentes (policías) que en los cruceros se dedicaban a “agilizar” el tránsito mientras decenas de peatones nos agolpábamos en la esquina esperando eternamente a que nos dieran el paso.

Ya no lo hago más. Entendí, por fin, que un policía de crucero sólo cumple órdenes y si le pidieron agilizar la vialidad y por ello entienden priorizar el paso de los automotores, sólo son agentes cumplidos.

No fue sino hasta que se aprobó en la ciudad de México la nueva ley de movilidad, que establece una nueva jerarquía en el uso de las calles y que pone al peatón en primer lugar, que comprendí que a veces tenemos que cambiar las leyes para transformar la realidad.

Ahora muchos policías capitalinos saben que el peatón tiene la prioridad (siempre debió tenerla) y que deben cuidar a los ciclistas en la calle. Así que, de a poco, comienzan a invertir prioridades y ahora, cuando les dicen que tienen que agilizar el paso, lo comienzan a hacer pero con el peatón en mente.

Ese cambio costó mucho tiempo y trabajo. En las últimas décadas, por lo menos desde mediados del siglo pasado hasta la fecha, las ciudades fueron el reino del automóvil. Alcaldes, ingenieros viales, urbanistas, funcionarios municipales, se dedicaron a construir una ciudad para los automóviles. Quitaron camellones, derribaron árboles, abrieron ejes viales, viaductos, recortaron las banquetas, redondearon las esquinas para que los autos pudieran girar a la derecha sin obstáculos geométricos, etc. El resultado: calles donde es complicadísimo caminar, donde el transporte público está relegado, con peligros para andar en bicicleta o a pie.

Sólo que de un tiempo a esta fecha, activistas, arquitectos y urbanistas con una nueva visión, comienzan a construir una ciudad para el siglo xxi, donde las bicicletas, por ejemplo, son una clave para mejorar la movilidad. Claro que también falta mucho transporte público e infinidad de obras a favor de los peatones, pero la semilla está sembrada y a este árbol que crece ya nadie lo tala. Enhorabuena.

(Héctor Zamarrón Enero 14, 2016)



De Macbeth y fotomultas

Tal y como sucede en Macbeth, la clásica tragedia de Shakespeare, donde los árboles no permiten ver el bosque, es increíble cómo en estos días los automovilistas de la capital se pusieron a discutir por la imposición de las fotomultas sin atender ni por asomo los efectos del exceso de velocidad.
Y junto con ellos, decenas de periodistas que hasta la constitucionalidad de la medida cuestionan y ven afectado su derecho al libre tránsito, como si la Constitución garantizara la libertad de poder llegar a bordo del auto a cualquier parte.
Pasa un poco como en el juego de los nueve puntos que deben unirse con un solo trazo del lápiz sin despegarlo del papel, cuya solución es imposible si no se rebasan los límites del cuadro, es decir, como sostienen los fundadores del llamado pensamiento lateral, hay que pensar fuera de la caja.
Durante años, por ejemplo, se discutió si a los peatones los atropellaban por flojos al no querer usar los puentes peatonales o porque les faltaba educación para su empleo. Hoy sabemos que es todo lo contrario, los puentes sólo existen para facilitar el uso de los vehículos cuando en la nueva jerarquía vial quienes tienen prioridad son los peatones.
Así pasa con el asunto de las multas, todo mundo habla de lo excesivas que son, de la probidad de la empresa que las aplica, de las condiciones del contrato, de que es posible disminuir la velocidad mientras se pasa frente a la cámara y después acelerar hasta encontrar la próxima, pero pocos piensan en los efectos del exceso de velocidad.
Tan sólo en el DF hubo 300 atropellados en 2013 y en todo el país mueren 14 mil personas al año en hechos viales, sin contar los miles que quedan con alguna discapacidad.
Quizá, entonces, haya que aplicar un poco aquello de pensar fuera de la caja, el tema no son las multas. El tema es respetar las reglas para evitar las muertes. Ninguna de estas es tolerable.
Hay que salir de la caja ¿no cree usted?