Lo personal es político

Por Héctor Zamarrón @elmanubrio
 “Uno es responsable de sus actos” suelen decirnos cuando nos volvemos adultos, como si fuera un rito de transición, un rito de pasaje, pero ¿eso también aplica para nuestra seguridad en la bicicleta?
Tiendo a responder que sí, que no hay mejor manera de cuidarte en la calle que siendo responsable de ti mismo, para saber cómo te proteges, cuánto te arriesgas, para tentar tus límites y tus carencias una vez que vuelas sobre tu caballo con ruedas.
Sólo que de inmediato cambio de opinión cuando recuerdo la primera bicicleta blanca que pusimos en la ciudad de México, en 2009, por la muerte de Liliana Castillo, una joven fotógrafa e ilustradora de 23 años que tenía una vida de cuento hasta que un automovilista cortó su existencia (bit.ly/lilicast).
Sí, la obligación de cuidarnos es personal, pero socialmente tenemos una tarea mal hecha, con décadas de faltas cívicas que corrompen las normas mínimas de convivencia. Falta un poco, o más bien un mucho, de respeto al reglamento de tránsito, pero ¿cómo hacerlo en una ciudad donde desde los años ochenta se dejaron de aplicar multas a los automovilistas, dizque para evitar la corrupción de los agentes de tránsito?
Sí, quizá se logró disminuir la corrupción, pero a costa de qué. ¿Cuántas muertes y accidentes de tránsito pudieron haberse evitado si tuviéramos la cultura de respeto al peatón que sí existe en las ciudades del norte de México, como en todas aquellas pegadas a la frontera con Estados Unidos?
En un país donde los accidentes de tránsito provocan pérdidas por el equivalente al 1.43 del Producto Interno Bruto y donde el mismo año en que murió Liliana hubo más de 430 mil accidentes de tránsito y casi 6 mil muertes (datos del INEGI), la seguridad de quienes nos movemos en bicicleta no puede ser sólo personal.
Urge pues presionar, exigir, demandar, proponer medidas para el cuidado de peatones y ciclistas. Desde ciclovías seguras hasta carriles compartidos, apaciguamiento del tránsito en zonas donde el límite de velocidad sea de 30 km por hora, una política pública seria de protección a la vida en el tránsito: desde cursos obligatorios para choferes de transporte público que incluyan al ciclismo urbano como un nuevo actor, hasta exámenes de manejo y aplicación seria del reglamento de tránsito.
Son sólo unas cuantas ideas pero estoy seguro que nadie quiere una bicicleta blanca más en la ciudad ni despertar como en ese cortometraje de Luis Galvis  “3:38 hrs.”, donde el personaje arrolla a un ciclista en la madrugada y nunca más puede dormir después de esa hora (bit.ly/BFF338).
Entonces si de seguridad hablamos, en este caso lo personal pasa a ser político, es tarea social de la que ningún actor público en la sociedad puede escapar. Al resto, a nosotros los ciudadanos, nos toca exigir, cumplir y rodar sin miedo por las calles de nuestra ciudad.

Publicado en Cletofilia Núm. 3, enero 2014

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